Todo cuanto tenía, todo cuanto amaba,deseaba,odiaba,añoraba,poseía... todo aquello se esfumó, así, sinmás. Mi vida quedó olvidada por todo aquel que me conocía; ahogada en un profundo océano de recuerdos pasados. Arrinconada en un mundo oscuro, sin nadie más. Y es que mi historia comienza el 31/05/06, cuando yo aún tenía diecisiete años...
31 de Mayo del 2006.
Rin, rin, rin, suena el espantoso ruido del despertador sobre las ocho de la mañana. De la cocina, se aprecia una dulce voz femenina.
-¡El desayuno está listo! ...
Mi madre, como todas las mañanas hacía, me preparaba el desayuno. Yo, levantándome de la cama aún pesaroso y con los párpados pegados, me pongo un pántalon de chándal y bajo las escaleras de mi casa tranquilamente hacia la cocina. La luz solar y veraniega, se me penetraba entre las pestañas haciendo que parpadeara dificultosamente. Mi madre, vestida con el uniforme del trabajo lista para írse, me había dejado sobre la mesa un delicioso desayuno: café con leche sin azúcar y un zumo, acompañados de un cruasán bien cremoso.
-Buenos días, mamá. -saludo a mi querida madre.
-Buenos días, cariño. -me saluda mi madre con una encantadora sonrisa.
Me siento frente a mi desayuno con una mirada hambrienta. Y me dispongo a morder el primer cacho del cruasán. Mientras tanto, mi madre me da un beso y se despide de mi con la mano. Y, finalmente, como cada mañana, me quedé sólo.
Una hora más tarde, el autobús pasó a recogerme para ir al instituto. cogí la mochila y algo de dinero y me marché todabía algo dormido. Me subí al autobús y busqué asiento con la mirada. Mis ojos se clavaron en el asiento que quedaba libre al fondo a la derecha. Cuando llegué y me senté, a mi lado se encontraba una muchacha delgada y menuda. El pelo rizado color rubio ceniza recogido en un moño simple. Llevaba un suéter delgado de algodón color azul cielo y unos vaqueros largos. Al lado izquierdo del cuello, tenía un pequeño tatuaje. Era una especie de símbolo extranjero, chino o algo por el estilo. Cuando el autobús por fin arrancó, me dispuse a contemplarla, fingiendo que lo que miraba era el paisaje. Ella se volvió y me miró seriamente. Molesta por haberla estado mirando. Su mirada, de ojos grandes color abellana, me dejó sin palabras. No podía articular palabra. Y entonces ella me dijo:
-¿¡Qué estas mirando!? -me grita ella alterada.
Yo la sigo mirando sin poder hablar, ya que su mirada me tenía desconcertado.
-¿¡Estas sordo o qué!? -me vuelve a gritar. En ese momento yo me despierto y reacciono sin alterarme.
-¿Qué? Perdona, pero yo no te miraba a ti, si no al paisaje. -la contesto yo muy tranquilo.
Ella me mira con cara de asombro y abriendo los ojos como platos. Yo me giré con indiferencia hacia el otro lado como si la cosa no fuera conmigo.
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