Carne Fresca


Javier, Jonatan y Hugo llevaban tiempo planeando colarse en el mercado Ruzafa, su plan era asaltar la pastelería.
Ese mismo día Jonatan, el cabecilla del grupo, les explicaba lo que iban a hacer esa noche.
-Bueno… lo único que haremos será coger todos los pasteles que podamos e irnos de allí pitando sin que nos cojan.
Al anochecer, cuando las calles estaban oscuras, caminaron desde la casa de Jonatan hasta el Mercado Ruzafa y escalaron por los salientes de una pared hasta llegar a las rejas de una ventana, que tenía uno de los barrotes sueltos, y por el que podían pasar con relativa facilidad.
-¿Quién entra primero? –preguntó Javier


-Lo haremos a piedra, papel y tijera –dijo Jonatan, pensativo.
-Piedra…papel…tijera saca lo que quieras –dijeron los tres chicos al unísono.
-El papel envuelve a la piedra –dijo Javier.
Jonatan y Javier tenían papel, y Hugo tenía piedra, así que le tocaba a él entrar primero.
-Bueno, Hugo… te toca a ti primero –dijo Jonatan, con una burlona sonrisa.
Hugo atravesó las rejas, y pegó un salto hasta caer en una escalera que había abajo y que conducía hasta la planta baja del mercado, luego bajaron Javier y Jonatan.
-Vamos –apremió éste último- alzando ligeramente el brazo para que lo siguieran.
Una vez adentro del mercado, se colaron en la pastelería que, según rezaba su lustroso cartel se llamaba: “Doña Margarita”, al parecer, también había frascos de cristal repletos de caramelos.
-Ya que vamos a coger pasteles ¿Por qué no cogemos también caramelos? –Jonatan sonrió con picardía, pero mientras decía esto, vio que Hugo ya que tenía una mano metida adentro de uno de los frascos.
Comieron todos los pasteles que quisieron (o que seguramente les dejaba su menudo cuerpo) y luego llenaron una bolsa con bollos y los bolsillos con caramelos. Ya salían, cuando Javier dijo:
-Vamos a la carnicería, quiero ver lo que hay adentro de los congeladores.
Atravesaron la fría losa de uno de los mostradores de un puesto de carne y se abalanzaron sobre la primera puerta que vieron. Una enorme cabeza de cerdo clavada en un gancho salió a saludarlos, mientras los tres gritaban de espanto: “¡Aaaaaaaaaaahhh!”
-¡Joder, vaya susto, me cago en la puta!
Hugo se volvió hacia la caja registradora y se dio cuenta de que estaba abierta. Cuando se asomaron, vieron que estaba llena de dinero, pero a ninguno le extraño que no estuviera cerrada hasta después de un silencioso instante:
-Que raro que la caja esté abierta… –sentenció, por fin Jonatan, mirando hacia un lado y otro.
Fue entonces cuando escucharon una respiración a sus espaldas... y cuando por fin se atrevieron a girarse, vieron el brillo de un enorme cuchillo que resplandecía en la oscuridad, el descomunal machete lanzaba destellos casi cegadores. Y la sombra de un hombre corpulento que sonreía… era el carnicero.

* * *

Esa misma mañana, el carnicero vociferaba las nuevas ofertas:
-¡Carne fresca señoras…! ¡Carne fresca! ¡Carne fresca a mitad de precio!
-Ponme un kilo, joven –dijo una anciana, apoyada rigurosamente sobre un bastón de madera.
-Si señora, en lonchas finas ¿no? –le preguntó el carnicero, sonriendo, mientras afilaba su enorme cuchillo.
-Por supuesto, espero que sea tan tierna como la de la semana pasada -refunfuñó la anciana.
-Efectivamente, señora… es exactamente de la misma calidad.

* * *

Al día siguiente, un pequeño titular aparecía en la primera página del periódico: “Se busca a tres niños desaparecidos en el barrio de Ruzafa. Sus padres creen que se escaparon para ir al cine, pero las pesquisas de la policía todavía no han dado ningún resultado y los datos son mínimos. Los investigadores no creen que esta nueva desaparición esté relacionada con la de otras dos niñas hace una semana”.